Bellas y sabias palabras de Benedicto XVI
La ciencia por sí misma no es suficiente para comprender la realidad y se requiere la unidad entre «inteligencia y fe, ciencia y revelación», las «dos luces» que guiaron a los Reyes Magos.
Es necesaria una ciencia que no sea «autosuficiente», sino que esté abierta a «ulteriores revelaciones.
Llegados a Jerusalén, los Magos necesitaron de las indicaciones de los sacerdotes y de los escribas para conocer exactamente el lugar al cual dirigirse, es decir, Belén, la ciudad de David. La estrella y las Sagradas Escrituras fueron las dos luces que guiaron el camino de los Magos, los cuales aparecen como modelos de auténticos buscadores de la verdad.
Los Magos eran hombres de ciencia en un sentido amplio, que observaban el cosmos considerándolo un gran libro lleno de signos y mensajes divinos para el hombre. Su saber, por lo tanto, lejos de considerarse autosuficiente, estaba abierto a ulteriores revelaciones.
Los Magos escucharon las profecías y las acogieron. Y apenas se pusieron en camino rumbo a Belén, vieron nuevamente la estrella, casi como una confirmación de la perfecta armonía entre la investigación humana y la Verdad divina, una armonía que llenó de alegría sus corazones de sabios auténticos. La culminación de su itinerario de búsqueda llegó cuando se encontraron ante el niño con su madre María y como dice el Evangelio, se arrodillaron.
Podrían haberse sentido desilusionados, incluso escandalizados, en cambio, como verdaderos sabios estuvieron abiertos al misterio que se manifiesta de manera sorprendente y con sus regalos simbólicos demostraron reconocer en Jesús al Rey y al Hijo de Dios.